Cuando los algoritmos llaman a la puerta

La inteligencia artificial ya no es promesa de futuro, sino fuerza de presente que reescribe silenciosamente las reglas del trabajo.

Los informes ya no lo dicen entre líneas: lo gritan. Mientras algunos expertos advierten sobre una superinteligencia que podría salirse de control, la mayoría de las señales apuntan a un impacto más inmediato, casi doméstico, pero no por ello menos radical: el reemplazo de empleos cualificados por sistemas de IA.

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No hablamos del obrero automatizado o del operario en la cadena de montaje —ese capítulo lleva décadas escrito—. Hablamos del contable, el redactor, el analista junior, el administrativo que domina Excel. Profesiones que hasta ayer se percibían a salvo de la disrupción tecnológica y que hoy ven peligrar su razón de ser. Lo dice el informe. Lo confirma el audio. Y lo siente el trabajador medio, que empieza a mirar con desconfianza no a la máquina, sino a quien la adopta sin un plan de transición.

En paralelo, los gobiernos comienzan a moverse, aunque a velocidades dispares. Cataluña, por ejemplo, impulsa una dirección de IA para agilizar la administración pública. Es un gesto esperanzador, pero insuficiente si no se acompaña de un marco ético, legal y formativo que prepare a la sociedad para este nuevo contrato laboral entre humanos y algoritmos.

La pregunta ya no es si la IA nos quitará el trabajo, sino cómo redefiniremos el trabajo en la era de la IA.

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