Cuando terminé la primera temporada de La diplomática, sabía que estaba ante algo especial, pero con esta segunda entrega, la serie ha alcanzado un nivel superior. Desde el primer episodio, la intensidad emocional y política no solo se mantiene, sino que crece, llevando a los personajes y a la audiencia al límite. El segundo episodio, en particular, es una obra maestra: preciso, contundente y cargado de giros que me dejaron literalmente sin aliento. Es, sin exagerar, uno de los mejores capítulos que he visto en mucho tiempo.


Esta serie es una recomendación imprescindible para quienes valoran un guion sólido y actuaciones que conmueven. No es una de esas producciones que puedes ver de fondo mientras revisas el móvil; La diplomática te obliga a dejar todo de lado y centrarte. Como digo siempre: «Es una serie para ver sin el móvil en la mano, con eso lo digo todo». Su capacidad para capturar tu atención es una rareza en una era en la que muchas producciones sacrifican profundidad en favor de captar miradas fugaces. Aquí no hay necesidad de trucos: la calidad del guion, las actuaciones y la dirección hablan por sí solas. Y en un mundo donde la distracción es la norma, La diplomática nos recuerda lo que significa perderse en una historia.