Terminar el año con una caminata reflexiva se ha convertido en una especie de ritual. Esta vez sentí la necesidad de caminar para desatascar un pensamiento que llevaba días, quizá semanas, anquilosado. Un problema laboral, de esos que frente al ordenador parecen insalvables, pero que con cada paso dado al aire libre se va desvaneciendo como si nunca hubiera sido tan complejo.

Salí a las tres y algo de la tarde, una hora oportuna y calmada, cuando el entorno parecía en pausa. Esa tranquilidad fue clave, permitiéndome conectar conmigo mismo y relajar mi mente. Fue como si el simple acto de caminar, de avanzar físicamente, también moviera los engranajes internos que se habían atascado.



En el camino, tuve un encuentro inesperado: una chica haciendo yoga en medio de la nada. Vestía unas mallas rosas y una camiseta blanca, y su presencia, tan serena y ajena al mundo, me pareció casi una metáfora de lo que buscaba en esa caminata. Fue un instante breve, pero dejó huella. Inspiración en su forma más inesperada.

Además, los paisajes que me rodearon fueron igualmente especiales. Las nubes, que parecían acompañarme en ese recorrido, crearon un ambiente único. En un momento del trayecto, me encontré con una réplica del pebetero olímpico, algo completamente inesperado pero curioso, como si también quisiera recordarme la importancia de las metas y los logros.



Al final, la conclusión llegó. Lo que parecía imposible sentado frente al ordenador, se resolvió caminando bajo el cielo abierto. Esa caminata no solo desatascó un pensamiento, sino que reafirmó algo que ya sabía: a veces, la mejor solución es moverse, salir, respirar y dejar que el ritmo de los pasos ordene el caos interno.

Por último, dejo abajo una lista con las músicas que causaron algún impacto alternativo también: