Nos sentamos en la arena, a contemplar el espectáculo que la naturaleza nos brindaba. El mar, ahora calmado, reflejaba los colores del cielo, creando una ilusión óptica de infinita belleza. El sonido de las olas rompiendo en la orilla, suave y rítmico, era la banda sonora perfecta para aquel momento mágico.
Nos entregamos a la complicidad de los silencios, saboreando la tranquilidad del momento. Lola, retaba a Nico a los dados, mientras yo esperaba mi turno para jugar al «Disco». Nico, aunque ya no es un niño, por suerte aún conserva ese espíritu juguetón que nos contagia a todos y nos recuerda la importancia de no perder nunca las ganas de divertirnos.
El sol, como una bola de fuego incandescente, comenzaba su lento descenso hacia el horizonte, pintando el cielo con pinceladas de naranja, rosa y violeta. La playa, que horas antes había sido un hervidero de actividad, ahora se encontraba en un estado de serena transición. Las familias recogían sus sombrillas y toallas, los niños, exhaustos pero felices, se dejaban llevar en brazos de sus padres, y las gaviotas aprovechaban la oportunidad para picotear los restos de comida olvidados.
Los adultos nos deleitábamos con la paz y la serenidad que nos rodeaba. La brisa marina acariciaba nuestros rostros, trayendo consigo el aroma salado del mar. A lo lejos, un barco velero se recortaba contra el horizonte, como una silueta fantasmal.
Poco a poco, la playa fue quedando desierta. Solo unas pocas parejas, sentadas a la orilla del mar, se resistían a abandonar aquel paraíso terrenal. A lo lejos, la charanga del chiringuito comenzaba a tocar, anunciando el inicio de la noche. Sus alegres melodías contrastaban con la tranquilidad que nos rodeaba, creando una atmósfera única y especial.
Nos levantamos, sacudimos la arena de nuestras ropas y nos dirigimos hacia el coche. A medida que nos alejábamos, la música se iba apagando, hasta convertirse en un murmullo lejano.
Una tarde perfecta en familia, de esas que se quedan grabadas en la memoria para siempre. Un recordatorio de la importancia de disfrutar de los pequeños placeres de la vida, de la belleza de la naturaleza y del amor de los seres queridos. Es en estos momentos, cuando el tiempo parece detenerse y el alma se llena de una paz profunda, que nos damos cuenta de la verdadera esencia de la felicidad.