Los pasos solitarios resuenan más fuerte en los lugares donde el mundo apenas se detiene.
A veces, los espacios urbanos nos cuentan historias sin palabras. Bajo este puente de luces frías y reflejos mojados, un hombre con paraguas avanza, casi como una sombra en movimiento. La lluvia ha dejado su rastro en el asfalto y en los ladrillos húmedos, mientras el techo bajo y desgastado sugiere la huella del tiempo y el paso de innumerables transeúntes que, como él, cruzan este túnel sin mirar atrás.

El contraste entre la dureza del hormigón y la fragilidad de la figura solitaria crea una escena melancólica, casi cinematográfica. En su andar pausado parece haber una urgencia contenida, como si este pasaje fuera solo una transición hacia un destino más luminoso. La iluminación artificial refuerza la sensación de aislamiento, pero también otorga una estética inconfundible, donde lo cotidiano se vuelve casi irreal.
Nos cruzamos con estos rincones sin detenernos a pensar en su carácter efímero. Son espacios que no retienen a nadie, que existen solo para ser atravesados, testigos mudos de una rutina que sigue su curso. Pero, por un instante, la imagen de un hombre con un paraguas negro bajo un puente se convierte en un cuadro, una historia visual que se graba en la memoria antes de desaparecer en la siguiente curva del camino.
