Luces, escaparates y soledad: la ciudad después del anochecer

Las calles de la ciudad, cuando cae la noche, se transforman en un escenario de luces, reflejos y sombras. El frío recorre los pasillos de los soportales, donde una figura solitaria camina, envuelta en su abrigo, como si avanzara en un túnel sin fin. Afuera, los coches pasan con indiferencia, mientras las farolas y los neones iluminan fragmentos de historias que nadie parece notar.

Los escaparates, con sus maniquíes silenciosos, parecen mirar la calle con una elegancia inerte. En sus ojos sin vida se refleja el bullicio apagado de la urbe nocturna, atrapando destellos de moda y lujo en un mundo donde pocos se detienen a mirar. En especial, la tienda de ropa brilla con su letrero de neón, un oasis de luz en una avenida dormida. Dentro, la ropa cuidadosamente exhibida parece esperar a alguien que nunca llegará.

A pocos metros, otra vitrina muestra un rincón lleno de flores y mensajes escritos con tiza. “Nuestro amor es como el viento, no puedo verlo, pero sí sentirlo”, dice la pizarra, mientras una joven pasa de largo, ajena a la frase que, por un instante, quiso darle sentido a la noche. La mariposa azul pintada en la pared parece aletear en la oscuridad, como un susurro de algo que se escapa entre los dedos.

En esta noche de escaparates y soledad urbana, la ciudad sigue respirando. Sus luces parpadean, sus calles se extienden como pasillos infinitos y sus maniquíes permanecen en su eterno mutismo, observando el paso fugaz de quienes, sin saberlo, forman parte de su paisaje nocturno.

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